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domingo, 30 de octubre de 2011

Opinión

Tras más de 300 publicaciones, abrimos una nueva sección comenzando con la siguiente editorial.

Casa de todos.

Hoy por hoy, nuestro planeta está presenciando una serie de eventos que son cíclicamente comunes para él, entre ellos, la extinción de la vida, pues según la lista roja de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), hay 12 mil 259 especies en peligro de desaparecer.

Si bien este mal es parte de los cambios que la Tierra vive periódicamente, es la primera vez en su existencia, que la mayor parte de ese declive biótico no es provocado de forma natural, sino por uno de sus habitantes, el hombre, responsable de su autodestrucción y de la pérdida de más de la cuarta parte de los mamíferos, 10% de las aves, 20% de los reptiles, 25% de anfibios y 34% de los peces.

En América, la evidencia de ello es irrefutable: en Puerto Rico, alrededor de seis especies podrían desaparecer si se continúa con la instalación del gasoducto; Estados Unidos intensificó la protección de cinco poblaciones de tortugas marinas que aumentaron su probabilidad de muerte; Brasil presenta una de las principales fuentes de contrabando de fauna en el mundo, con más de 12 millones de animales que son sacados del país anualmente; en México, más de la tercera parte de la vegetación sufre una severa degradación y es posible que se esfume.

A pesar de todo, grupos de humanos conscientes del problema, intentan ayudar a las demás especies mediante asociaciones, movimientos o leyes, como Greenpeace, la UICN, o la Liga Internacional de los Derechos del Animal. Aún así, la poca efectividad de las organizaciones encargadas de proteger los Derechos Humanos, por ejemplo, combatir la pobreza en África, a pesar de años de “intensos esfuerzos”, disminuye la confianza en aquellas instituciones que defienden los derechos de otras criaturas.

Es claro que la responsabilidad del cuidado de este mundo recae en el hombre, único ser consciente de ello, pues el resto de los seres vivos carece de voz y voto frente a esta condición que deja su esperanza de vida reducida a la desalentadora resignación, de confiarle su destino a una especie que difícilmente puede protegerse de sí misma.